El primero en cruzar la delgada línea roja que separa la indecencia del pudor político, la semana pasada, fue el diputado nacional del PP Vicente Ferrer. En declaraciones a un medio de comunicación, se refirió al Gobierno como a “una banda de inútiles” y “francotiradores” para, a continuación, calificar a José Luís Rodríguez Zapatero de “timonel borracho”, entre otras sutilezas.
A Rita Barberá debió gustarle la sinfonía de mala educación y cutrez intelectual interpretada por su compañero de filas porque salió disparada a revolcarse en el fango del insulto personal. No sólo llamó a Zapatero “miserable e inmoral político", sino que arremetió contra el presidente del Gobierno a través de su esposa asegurando entender que “esté harta” de él y emplazando al matrimonio a “marcharse” de la Moncloa. Una metedura de pata con la que, como señaló el periodista Miguel Ángel Aguilar en el telegrama de la Cadena Ser, despeja el camino para que se hable de las intimidades de una alcaldesa que difícilmente sobreviviría al juicio final (por si las moscas, participa en la campaña 'Ayuda a delantar el Juicio Final' que promueve Wyoming)
La falta de cultura, general y democrática, que esconden estas declaraciones produce terror; la angustia avanza ante la incógnita de saber hasta dónde están dispuestos a llegar para conquistar el poder y ocultar los chanchullos que, según la investigación judicial, la dirección popular mantuvo con la trama de corrupción del caso Gürtel. Desde luego, en cualquier otro país de nuestro ámbito (con la insana excepción de Italia) unas descalificaciones de esta calaña habrían situado a Rita Barberá y a su colega, como mínimo, en el punto de mira de la opinión pública.
Que un político insulte a otro con este odio visceral es intolerable, pero que el destinatario de tanta bilis sea el presidente del Gobierno traspasa todos los límites y se sitúa en el plano de lo escandaloso, en compañía de las teorías de la conspiración inventadas por Francisco Camps para aferrarse a su cargo, a costa del descrédito de la Justicia y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado.
Mientras tanto, Mariano Rajoy aguarda con un silencio cómplice que Camps se auto dimita; cómo si no le fuera en el cargo asumir la responsabilidad última de cada una de las acciones y declaraciones que realizan todos miembros de su partido. Asombroso. La cara de ‘esto no va conmigo’ que se le pone cada vez que le preguntan por los casos de corrupción que afectan al PP, deja en evidencia la fragilidad de liderazgo y la inconsciencia supina de quien aspira a gobernar a base de abonar una chabacanería dialéctica que convierte la política en un combate de Valetudo, cuando la envergadura de la crisis económica requiere que las decisiones se adopten en un escenario donde prevalezcan los argumentos, el respeto y las formas democráticas sobre las animadversiones personales, para mantener la confianza y garantizar la estabilidad social.
En las antípodas de esta concepción de la política, la derecha española se regocija en nuestra cara de saltarse las normas de juego, a mayor gloria de unos personajes que no saben cómo terminará la novela negra que publican los medios de comunicación a diario sobre la relación incestuosa que mantuvieron Francisco Camps, altos cargos de su gobierno, empresarios, dirigentes del PP de otras comunidades autónomas y la cúpula de Génova con unos correas, bigotes, cantantes y príncipes que trasvasaron nuestro dinero a paraísos fiscales.
El objetivo de este artículo no es censurar la labor de oposición que deben ejercer los partidos políticos, ni las críticas constructivas que tanto necesitamos, en estos difíciles momentos de incertidumbre para hacer frente a la crisis, ¡faltaría más! Pero sí, recordar a Mariano Rajoy que está en la obligación de controlar que los dirigentes del PP, como los del conjunto de formaciones, defiendan sus posturas con educación y respeto. El insulto como estrategia discursiva retrata a quienes lo practican como lo que son: adversarios de la democracia, de la convivencia y del consenso. Por sus declaraciones, les reconoceréis.